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POLITICA

Cristina Fernández, presidenta

PAGINA 12

Por José Pablo Feinmann

Pálida suerte tienen las mujeres cuando el periodismo elige nombrarlas. O
les pone ese nombre que llamamos “de pila” (el primero) o les pone el
apellido de sus maridos. Recordemos a la olvidada María Julia Alsogaray. Se
la llamó siempre “María Julia”. Acaso fuera porque el “Alsogaray” le
pertenecía a su padre. “María Julia” aceptó esa modalidad, gozosa. Siempre
la recuerdo junto a otra señora que también la aceptó y luchó por imponerla:
“Susana”. Aún las veo: son los comienzos de la década del noventa, el
menemismo ya ha impuesto su estilo frívolo, su farandulismo, su “todo vale”
ético y ellas, “María Julia” y “Susana”, se han ido juntas a algún lugar
exquisito para hacer deportes de invierno. Salen en las revistas de la
pavada. Se ríen, juegan en la nieve, tropiezan entre carcajadas, hasta se
caen y son como niñas retozonas, diablillas incontenibles entregadas a su
alegría sin límites. Después estaba “Adelina”. Que era “de Viola” a veces.
Pero se ganó su “libertad”: fue ella, fue “Adelina”. Recuerdo otra foto:
“Adelina” y “María Julia” cruzadas las piernas y muy sonrientes: vean qué
piernas, chicos, no le falta con qué caminar al neoliberalismo ucedeísta. El
papá de “María Julia” –apodado también el “Ingeniero” o, en los setenta (esa
época irrespetuosa), “el chanchito de los yanquis”– se dedicaba a decir que
él no era peronista pero apoyaba “el proyecto Menem”. De “Adelina” tampoco
se sabe nada durante los últimos tiempos. La señora que almuerza es
“Mirtha”. La señora que veranea es “Lilita”. Y creo que hay una a la que
llaman “Moria”. Ninguna tiene apellido. O, sin duda, a ninguna la llaman por
él. Cuando se les concede el apellido es porque son de alguien. De sus
maridos. Cada vez me sorprende más esa atadura, esa absurda cadena de
pertenencia que las mujeres del siglo XXI todavía toleran llevar. Se sabe
que abuso de la primera persona o recurro a situaciones individuales para
abordar ciertos temas. No veo el problema: lo único que nos va quedando por
defender –ante tanta basura que nos arrojan cotidianamente sobre nuestra
castigada subjetividad– es nuestro refugio inexpugnable, nuestro “yo”
indelegable, nuestra individualidad. Desde ella podemos llegar hasta los
otros auténticamente. Sólo desde ella. Tenerla es una conquista cotidiana.
Porque el gran tema de nuestro tiempo es: ¿Qué diálogo puede establecer con
sí mismo el hombre, la mujer de hoy sometido a la tecnología de los medios?
¿Puede haber un “sí mismo”, una interioridad libre en que el hombre se
encuentre y pueda decidir a partir de sí dónde está el bien y dónde el mal?
Retorno a mi tema: ese “de” que se les aplica a las mujeres casadas es una
injuria a su individualidad. No acepto que mi mujer sea “de Feinmann”.
¿Cómo? Yo no quiero a mi lado a una mujer que sea “mía”. “Mía” es mi
computer. “Mío” es mi sacapuntas a pilas y que nadie se atreva a robármelo.
“Mío”, a veces, soy yo. Pero mi compañera es “de ella”. Tiene su nombre.
Tiene su densidad ontológica. Sólo así puede ser mi compañera. Sólo no
siendo mi posesión. Ese “de” que se les aplica a las mujeres cuando pierden,
al casarse, su apellido es una vejatoria conquista de la vieja burguesía
machista que amasó entre brutalidades históricas su perenne poder. Nadie es
“de” nadie. El esclavo es “de” su amo. Pero toda mujer es libre: lo quiera o
no. Cierto es que son muchas las que quieren ser “de” alguien. Está lleno de
mujeres que se comportan como los hombres quieren y necesitan que lo hagan.
Lleno de mujeres que actúan en contra de las mujeres. Lleno de mujeres que
quieren ser “de” alguien para vivir tranquilas y que el tipo las mantenga y
criar a sus hijos o hijas y preparar la comida y ver algo o mucho de tele y
ser para siempre absolutas tontas, irrecuperables idiotas. Escuché a una,
desafiante, decir: “Y bueno, qué hay, soy así: clase media, tarada y
cobarde”. Lo dijo luego de justificar y reclamar policías, muchos policías
por todas partes para controlar la inseguridad. Porque si consiguió la
seguridad de ser “de” alguien no va a aceptar que se la arruinen esos
“negros de mierda” que andan afanando a los triunfadores de la vida. Están
esas minas que trabajan en la tele de ratoneadoras profesionales. Ya
sabemos: las del caño del muchacho que sonríe y le grita a un micrófono.
(Digresión: ¿no es increíble sostener un micrófono y gritar? Uno grita si no
tiene un micrófono. Si lo tiene, no grita. Porque un micrófono es un aparato
que amplifica el sonido. Si a la amplificación del sonido le añadimos el
grito, ¿qué es lo que resulta? La sordera, el aturdimiento del receptor.
Bien, eso quiere la TVVómito: receptores aturdidos, conciencias sordas.)
Volvamos: las chicas del caño. ¿Qué hacen estas señoritas? ¿Tienen nombre?
No. ¿Apellido? No. O, en todo caso, a nadie le interesa. Tienen un culo.
Son, todo ellas, un culo. Y son felices por serlo. Han aprendido a sacarlo
hacia atrás, exhibiéndolo. Uno ve la tele, ve las revistas de los kioscos,
las propagandas de ropa interior y no hay caso, no puede zafar: lo invaden
los culos. El mundo de la culocracia es el de la mujer sin rostro. Ni
nombre, ni apellido, ni cara, nada. Sólo culo. Los hombres han conseguido en
el siglo XXI lo que nadie consiguió en toda la historia humana. La
creatividad de los diseñadores de moda (todos o casi todos hombres) ha
creado su obra maestra: la mujer culo. Esa obra maestra se ve en los
llamados desfiles de moda (que son, en verdad, desfiles de culos flacos), en
las playas, en los caños del joven que grita y sonríe, millonario y poderoso
hasta la náusea porque encarna el sentido profundo de la historia que
vivimos y el papel que en ella los hombres les han asignado a las mujeres: o
son “de” alguien o son vigorosos, circulares, anónimos culos para excitar a
la gilada.
Todo esto para decir que yo no le voy a decir “Cristina” a “Cristina”. Lo
aclaro tempranamente (no bien acaba de ser elegida “presidenta”), porque sin
duda habré de nombrarla en varios textos que vendrán. Además “Cristina” no
merece ser “Cristina”. Tampoco merece ser “de” Kirchner. Todos conocemos a
Cristina Fernández antes que a Néstor Kirchner. Cristina Fernández era
senadora y Néstor Kirchner gobernaba una provincia lejana de los “centros
urbanos”, de moda hoy en día. Cristina Fernández fue militante de la
izquierda peronista en su juventud y de ahí le viene buena parte de su
formación política. No se hizo de la noche a la mañana. Fue una militante
política que se construyó a sí misma a través de los años. Yo, a Cristina
Fernández, le voy a decir “Cristina Fernández”. Tampoco le voy a decir CFK
–como se intenta ya imponer– porque la “K” implica el “de” Kirchner. Y
también remite al JFK de Ke-nnedy. O al JPF que –quienes reciben mis mails
lo saben– uso, con atroz inmodestia, yo. Tampoco le voy a decir
“presidente”. Ni loco. Decirle “presidente” a una mujer conlleva la soberbia
machista de usar la fórmula masculina de la palabra como “universal”. A
todos los presidentes se les dice “presidente”. ¿Y por qué no “presidenta”?
O sea, para mí, Cristina Fernández será la “presidenta” y no el “presidente”
de este país. Porque será a ella, a Cristina Fernández, la presidenta
argentina, a quien le voy a pedir, a riesgo de importunarla o ponerla, a
veces, de malhumor o francamente encolerizada, que trabaje por la
posibilidad imposible de un capitalismo nacional o más humanitario, que haga
una reforma impositiva para redistribuir el ingreso, que bajen las tasas de
los bancos para que los créditos no sumerjan o esclavicen a quienes los
toman, que dialogue con la oposición y hasta que colabore para que esa
oposición (que es un mamarracho patético) exista porque la democracia la
necesita, que mejore la salud, la educación, la vivienda, que no prorrogue
(no, por favor) las licencias de los medios de comunicación letrinógenos,
que no se dé por contenta con el monocultivo de la soja porque el
monocultivo condenó a la Argentina a ser siempre una factoría del imperio de
turno, que frene la inflación del único modo posible: frenando la gula del
empresariado oligopólico, extranjerizado, que la gente sencilla de este
país, a la que sobre todo deberá llegar, la va a entender mejor si dice
“mujer” en lugar de “género”, si dice “sociedad” en lugar de “tejido
social”, que se oponga al ALCA, que se maneje bien con Evo, con Lula y (con
cierta cautela) con Chávez, que sepa, que no olvide ni un solo día de que en
este país rico hay hambrientos sin retorno, enfermos que mueren y podrían
curarse, chicos sin escuela, chicos sin infancia, chicos perdedores, todo
esto, en suma, le voy a pedir a ella, porque ella es ella, tiene su nombre y
su apellido, no es “de” nadie y –si algo es– es lo que este país le encargó
que sea: su presidenta.
© 2000-2007 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos

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Reservados

Comentarios

2 comentarios en “Cristina Fernández, presidenta

  1. Sr. Feinmann,
    Desde que Cristina Fernandez asumio como presidenta de la Argentina estoy llena de enojo. No, no porque ella asumio la presidencia, si no por la manera en que el periodismo y el pueblo se refieren a ella. Tapa de diarios «Cristina asumio», Cristina se reunio. Simepre utilizando su primer nombre, o como ud. dice el nombre «pila». Me parece increible que nadie hable sobre esto, salvo su comentario. Es un ejemplo muy claro del machismo que se vive en Argentina. Es sutil, pero muy poderoso, al llamarla Cristina, la bajen del nivel que le corresponde como Presidenta (de acuerdo o no con su politica, esto no tiene nada que ver). Al llamarla simplemente «Cristina» no depara el mismo respeto, uno no la tiene que valorar. Se imagina la tapa del New York TImes- «Hillary Elected» jamas! Yo vivio en USA y me ocurre algo similar en mi trabajo. Soy Doctora y es muy comun que nombren a un medico de genero masculino Dr. y luego se refieran a mi (medica mujer), Veronica.Obvio que si les pregunto el porque, tienen mil escusas….no me recuerdo tu apellido, a sos tan simpatica que te llamo por tu primer nombre, etc.. Es una situacion que tanto yo como mis colegas lideamos cotidinamente. Viene un enfermo y me dicen «enfermera me uede ayudar con esto» yo les respondo » esperen un segunod que voy a buscar al enfermero/a, yo voy a ser tu Dra.
    Cristina deberia objetar al que la llamen Cristina. Yo nunca lei ningun articulo en el diario que hablara del ex-presidente y dijera «Nestor tal cosa»
    Sepa disculpar mi espanol, ya que vivo en USA hace 18 anos y fui perdiendo el lenguaje escrito. Gracias por su nota y espero que otros en Argentina se den cuenta que se perjudican al tener a las mujeres como ciudadanas de segunda clase.

    Publicado por veronica pereyra | diciembre 15, 2007, 6:14 am
  2. Ya es un gran respeto hacer referencia a nuestra «presidenta», con la sola mención de su nombre de pila «Cristina», mas bien le caven una serie de epítetos para acompañarla: hija de puta, muerta de hambre, resentida, inepta, buena para nada, ladrona, mentirosa, falsa, hipócrita,tilinga, vieja y fea.
    Yo en su lugar estaria mas que satisfecho con que se dirigieran a mi persona con el simple nombre de pila, evita inconvenientes…

    Publicado por federico | septiembre 27, 2009, 8:28 am

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